Diego Edwards: el dealer
Autor: Alejandro Jiménez
21 de Noviembre de 2019POR ALEJANDRO JIMÉNEZ / FOTOGRAFÍA: SEBASTIÁN UTRERAS.
Si alguien quiere proveerse de un vino extranjero, digamos Morgon, Gonon, L’Anglore, Comando G o Tondonia, tiene que enviarle un WhatsApp a Diego Edwards. Lo que antes era difícil y caro, ahora es simple... y relativamente caro. Este joven entusiasta del vino abastece a cuanto grupo de fanáticos existe, con vino de Francia, España, Italia, Portugal y Alemania, entre otros. Aquí cuenta del origen de su negocio junto a su padre en Edwards Fine Wine y su mirada sobre el vino chileno y extranjero, especialmente.
¿Cómo empezó en el mundo del vino?
Cuando terminé de estudiar ingeniería comercial por el 2006 empecé a ver qué hacer. Me encontré con un amigo que estaba en la Escuela de Sommeliers, y le pedí datos. Fui a la Escuela y me inscribí en el nivel 1, como para tener un conocimiento extra a la hora de pedir trabajo en una viña. Hice el nivel 2, hice algunas pegas esporádicas de sommelier, y me fui a Nueva Zelandia en un work & holiday para aprender inglés y trabajé seis meses en viñedos de la zona de Malborough.
Y volvió a Chile a trabajar en la industria...
Volví y tenía un amigo trabajando en Santa Rita y entré a trabajar como asistente, en el área de exportaciones porque yo quería viajar. Al final me convertí en export manager y pasé la mayor de mis ocho años en la viña trabajando en Asia. Allí empecé a probar muchos vinos de Burdeos.
¿Cuándo partió con su negocio de importar vinos a Chile?
En diciembre de 2013, que fue cuando nos dieron la patente para vender. El primer embarque había llegado a mediados del 2013. Allí traje una buena selección de Burdeos y un productor de cada una de las zonas más conocidas de Francia.
¿Por qué cree que se demoró tanto la llegada de vinos extranjeros a Chile?
El racional que hice fue primero que si yo iba a Sidney, a un restaurante, había vinos extranjeros y Australia es un productor de vinos, lo mismo que en Napa y en París. Entonces, nunca creí que fuera un problema de demanda, que la gente porque es nacionalista no quiere consumir vinos de fuera. Segundo, los vinos chilenos valen en Chile más que afuera, por tanto si traía vinos extranjeros tampoco iban a quedar tan altos en precios. Tercero, la distribución está súper concentrada, debe haber una decena nada más que trabajan solo con viñas chilenas. Entonces, el incentivo para traer vinos no es mucho.
¿Cómo le fue con su primer embarque?
Bueno, aposté un poco al boca a boca para vender. La gente, los grupos que sí conocían de vinos de afuera, tuvieron la posibilidad a la mano de comprar vinos que les gustaban.
¿No quiso poner un local físico?
Más que por el gasto en arriendo, es por el tema de la patente de alcoholes que es muy difícil de obtener. Orgánicamente se fue dando un crecimiento sin tienda, así que seguimos así.
¿Cómo son sus clientes?
Bueno, son consumidores entusiastas que diferencia de un consumidor local, están explorando todo el tiempo, siempre quieren algo nuevo.
¿Y hoy cuántos vinos tiene en su portfolio?
Unos 500 vinos diferentes. Traemos vinos un par de veces de Francia al año, de España, de Portugal, de Italia una vez al año y de Alemania cada dos. Traemos unas 10 mil botellas al año.
¿Ha crecido el mercado de los vinos extranjeros?
Creo que sí, en personas interesadas y también porque algunos restaurantes se han abierto a incorporar estos vinos. Partimos con los de origen francés, como Le Bistrot y La Brasserie, y hoy cada día más se incorporan nuevos. También hay cada vez más consumidores de vinos.
O sea, ¿hoy es más fácil venderle vinos extranjeros a los chilenos?
Creo que al comienzo era más difícil por un tema de paladar porque estaban acostumbrados a un vino de mayor cuerpo y alcohol, y hoy con la irrupción de Maule e Itata, de vinos más frescos, es más fácil porque es más parecido a lo que yo traigo de Europa.
¿Qué vinos trajo en su primer contenedor?
Puede que la mitad haya sido Burdeos y la otra mitad otras cosas. Después ha cambiado y Burdeos pesa lo mismo que Borgoña o el Ródano. Después España se puso de moda.
¿También distribuye algunos vinos chilenos?
Sí, era muy difícil entrar a los restaurante con sólo vinos extranjeros, así que tenemos chilenos, como lo vinos de Leo Erazo (Rogue Wines) y ahora Mauro González de Yumbel, y con Pisador de Elena Pantaleoni. Ahora incorporé algo de Pedro Parra y de Renán Cancino.
¿Cómo elije los vinos?
En general son vinos que a mi me gustan, y con dos criterios: fáciles de tomar o que van a envejecer bien. Viajo harto, leo harto, y voy bastante a wine bars. También tengo hartas recomendaciones de los productores con los cuales trabajo.
¿Entiendo que hace un vino propio?
Sí, es un vino que viene de uvas pisqueras en Limarí, cepa Pedro Jiménez. La idea era hacer un vino fácil de tomar. Somos cuatro socios bajo el nombre de Colectivo Mutante, porque somos muy diferentes.
¿Qué opina de la gran industria del vino chileno?
Es una agroindustria, como puede ser la exportación de manzanas, paltas o uvas de mesa. Se sigue mirando mucho el rendimiento por hectáreas y los costos, y así apuntas a un mercado de volumen, de consumo masivo, que finalmente es supermercado. Desde esa perspectiva Concha y Toro lo ha hecho muy bien. Pero si te vas al tema de los vinos de origen, donde la decisión depende de un sommelier de Nueva York o Londres para estar en un gran restaurante, la industria no lo ha hecho tan bien porque no hay mucho de sus vinos ahí. Pero tal vez no les importa porque no es su foco.
¿Ahí tienen ventaja los pequeños productores?
Sí, por cierto, y también porque se han beneficiado de la globalización, de las redes sociales que les permiten ser conocidos en cualquier lugar del mundo. Eso se cruza con la caída de la industria chilena en los vinos de mayor valor. Ha existido una sustitución grande entre unos y otros.