El guardián del territorio
Perfil: Andrés Sánchez Westhoff
05 de Junio de 2018ENTREVISTA ALEJANDRO JIMÉNEZ. / FOTOGRAFÍA SEBASTIÁN UTRERAS L. / PRODUCCIÓN CLAUDIA MALUENDA G.
Lleva más de 20 años en el vino. Egresó de la Universidad de Chile en 1996 y hasta hoy, se mantiene siempre inquieto, pensando en el futuro. Estuvo en el origen de MOVI y creó VIGNO. Hoy hace los vinos de Gillmore, la viña familiar, junto a su esposa Daniella.
¿Cómo era la escena del vino hace dos décadas?
La enología había nacido en Agronomía de la Universidad de Chile por alguna razón que desconozco, y pasó a ser un ramo de Agroindustria, entonces por más de diez años estuvo oculta. En 1990 cuando ingresé se reestructuró la malla y se puso como especialidad. Éramos tres o cuatro en ella. Nuestro profesor fue don Armando Vieira.
¿Y cuando saliste en 1996?
Debo haber sido de los primeros que me puse a trabajar en una viña antes de egresar. En mi caso fue en viña Domaine Oriental (hoy Casa Donoso) en Talca. Ahí me pasó algo muy atípico: había una empresa llamada Viñas y Bodegas Jackson que hacía sus vinos ahí. El enólogo de ellos era Philippe Debrus y como yo trabajaba medio día, le pregunté si necesitaba ayuda, en las tardes. Así que le empecé a colaborar, sin retribución, para aprender. Un día no llegó Philippe, pero entró un gringo con bigotes, con botas vaqueras y con una cerveza extra large en la mano. Me dijo que iba a reemplazar a Debrus. Ese gringo era Randy Ullom, el encargado del proyecto de vinos que tenía entonces en Chile el grupo Kendall-Jackson. En ese momento yo no sabía ni quién era el gringo ni qué era el grupo.
¿Pero te hiciste amigo de Ullom?
Claro, fue él quien me llevó a viña Tabontinaja (Gillmore) a buscar unos barriles y también me introdujo a los helados Loncomilla que estaban cerca. Hice la vendimia y también mi tesis con ellos. Y Randy me invitó a hacer una vendimia a California. Yo no sabía el tamaño que tenía Kendall-Jackson. Así que fui el primero de mi generación que partió al norte de Santa Rosa a una bodega a hacer vendimia en California. Me pasó una talla: pregunté cuándo iba a conocer a Jess (Jackson) y todos se rieron de mi.
¿De vuelta en Chile parten con Calina?
Fue una tremenda escuela porque hacíamos vinos, en esa época, desde Limarí hasta el Itata. Fermentábamos cinco toneladas en Tabontinaja bajo una concepción enológica completamente inusual en Chile en ese momento. El año 2000 sacaron a todos los americanos de Chile y me pusieron como jefe de Chile y Argentina.
¿Hasta cuándo estuviste en Calina?
Hasta el 2002 y los seguí asesorando hasta el 2007. Tuve la suerte de estar expuesto a muchas experiencias que la gente de mi generación. Entre ellas viajar a Italia en 1999 que fue una puñalada en el corazón respecto de los vinos territoriales y además conocí a Maurizio Castelli, que es amigo y socio hasta hoy (en Vita Vitis, que trajo 18 variedades italianas a Chile), y que me presentó al conde Francesco Marone Cinzano, al que asesoré por una década en Caliboro.
¿Y conociste a Jess?
Claro, vino a Chile en 1998, y los alojamos en Tabontinaja. Mi suegro le prestó la casa. Después me lo topé el 2001 en una Wine Experience en Las Vegas y fue muy gentil conmigo.
Eres fundador de MOVI y de VIGNO. Pareces algo alejado de la primera...
No tengo todo el tiempo, así que decidí dedicarle más a VIGNO que presido hasta hoy. Con MOVI fue muy interesante porque generamos un momentum dado que se consideraba solo a los productores clásicos y nosotros dijimos que había otros productores a escala humana. Y eso dio pie a que mucha gente tuviera el coraje de hacer vinos. Después han nacido una serie de movimientos asociativos inspirados, más o menos, en MOVI.
¿Y en el caso de VIGNO?
Va más directo a representar e interpretar un territorio, a poner su cultura como fundamento de la producción de un vino, y es el siguiente challenge que necesita hacer Chile. La industria del vino se ha dedicado los últimos 25 años a vender marcas y no territorios, lo que ha sido un gran error.
¿Por qué no existen en Chile denominaciones de origen de verdad?
Lo que hay hoy es –aunque se llame D.O.- una indicación geográfica con escaso control. No hay ninguna indicación de calidad. Ha faltado un poco de visión. Pero creo que VIGNO es una oportunidad que puede ser replicada en el carmenère de Peumo, en el malbec de San Rosendo, en el cabernet sauvignon del Alto Maipo.
¿Cómo ves la escena de hoy?
Es un momento interesante para el consumidor porque hay una gran diversidad de vinos y etiquetas. Hay muchas más tiendas de vinos especializadas. Para la industria hay muchos desafíos, especialmente la imagen del vino chileno, que sigue siendo percibido como barato, que no tiene nada de malo si acaso transmitiera un territorio, pero como no lo hace, es reemplazable por otro más barato, como un commodity. Ha pasado algo parecido al destape español cuando se fue Franco: nuestros vinos no tenían carácter y ahora cualquier cosa tiene carácter, aunque sea defectuosa.
¿Y eso pasa mucho?
No sé. Pero hay espacio para todos los vinos. En el caso de los vinos naturales no me gusta el nombre, porque ¿los otros vinos qué son? ¿Son de plástico acaso? Pero hay espacio para todos porque un país vitivinícola se enriquece cuando hay diversidad.
¿Cuál es el gran desafío del vino chileno?
Aparte de conocer más su territorialidad cultural, hay que acercar los vinos a los chilenos. Un país no puede exportar lo que no hace. Hay que hacer que el vino vuelva a la mesa. Que la gente beba vino y lo interprete como un acto cultural.