La calma y el talento

Michel Friou

Autor: Ana María Barahona

18 de Junio de 2021

Por Ana María Barahona A.  Foto Sebastián Utreras L.    Producción Claudia Maluenda.

 

Aunque nació cerca de Nantes, el noroeste francés, estudió en Montpellier y trabajó en su país y otras latitudes, Michel Friou define inmediatamente que es Chile donde creció profesionalmente luego de llevar 25 años a este lado del mundo. Entre 1995 y 1996 estuvo haciendo vendimias en Viña Aquitania, desde 1996 se hizo cargo de la enología de Lapostolle y hace 14 años es el enólogo jefe de Almaviva. Vaya currículum.

 

-Siempre produce mucho interés que un enólogo francés llegue a Chile y se quede haciendo vinos acá. ¿Por dónde pasó un viaje inicial a ser una decisión de vida?

Nunca lo imaginé así al llegar la primera vez, pero tuve la suerte de trabajar en Casa Lapostolle con personas que me comunicaron su pasión del vino y su rigor en el trabajo; tenía por la primera vez muchas responsabilidades y grandes desafíos: me quedé sin ver el tiempo pasar… además encontré el amor de mi vida, me casé y formé mi familia en Chile. Había tenido la suerte de viajar a muchos países durante varios años antes de llegar a Chile, imagino que estaba listo para estabilizarme, tanto profesional como personalmente.

 

-¿Qué cree que sigue aportando la mirada Viejo Mundo a países como Chile?

La mirada Viejo Mundo es seguramente menos importante hoy de lo que fue hace 20 años, cuando la llegada de actores extranjeros con alta “expertise” en producir grandes vinos, contribuyó a dar más credibilidad internacional a los grandes vinos chilenos. Sin embargo, soy un convencido que sigue siendo clave poder inspirarse del modelo “chico” del Viejo Mundo, donde la misma persona maneja el viñedo y hace el vino, lo que permite siempre un conocimiento más acabado del terroir y su aprovechamiento para producir mejores vinos. Hay que poder adaptarlo en una mayor escala. Suele existir mucha separación entre el mundo agrícola y el mundo enológico en empresas grandes, cada uno con sus propios objetivos, cuando debería existir solo uno enfocado en la calidad del producto final.

 

-¿Qué cosas ama y odia de hacer vinos en Chile?

Poder contar fácilmente con uvas maduras y sanas, por el clima extremamente favorable al cultivo de la vid, sentir que todavía hay mucho por hacer, por descubrir, que no hemos llegado a ciertos límites, tanto geográficos que técnicos para mejorar diversidad, carácter y calidad y trabajar en medio de paisajes vitícolas conmovedores, impresionantes, diversos. Por otra parte, la falta de lluvia nos afecta cada día más: la necesitamos para tener más vida biológica en los suelos y depender menos del riego, que también necesita agua, el bajo nivel de investigación y desarrollo en el rubro vitivinícola nacional; también, la falta de actividades técnicas corporativas para seguir aprendiendo y compartir experiencias. Y, claro, lo imprevisible, como los terremotos.

 

-¿Cómo se lleva con la exposición que le ha dado hacer vinos como Clos Apalta y Almaviva? Finalmente ha sido responsable de la vida e historia de dos grandes vinos chilenos.

Claramente no fui “formateado” para esta mayor exposición. Soy naturalmente discreto, me costó entrar en este mundo donde el enólogo se vuelve una de las figuras de la marca; me gusta trabajar en terreno, con mis equipos de trabajo, no precisamente hablar en público con periodistas o frente a centenas de personas. Sin embargo, tuve que hacerlo, y debo agradecer hoy a los que me obligaron a hacerlo y aprender a comunicar sobre los aspectos técnicos de mi trabajo. Así crecimos, mejoramos, obligado de sobrepasar mis miedos.

 

¿Con qué recuerdo se queda de su trabajo con Michel Rolland?, ¿cómo enfrenta los duros comentarios que recibe de una parte de la prensa, de los enólogos, de productores en su natal Francia?

Fue una gran experiencia trabajar con Michel Rolland, aprendí mucho con él, tanto en lo técnico como en lo humano. Es una gran persona, un gran comunicador, un gran profesional de mucha experiencia y talento, con una habilidad increíble en hacer mezclas. Se ve que las personas que lo critican no tuvieron la suerte de conocerlo o de trabajar con él.  ¡Yo tuve este privilegio!

 

¿Qué es para usted un gran vino?, ¿cómo se construye?

Es un vino de alta calidad, de estilo y carácter definidos, un vino que puede cruzar todas las fronteras del mundo con su nombre, internacionalmente reconocido y con un track record de cosechas antiguas que le permita comprobar su gran potencial de envejecimiento. Se construye a partir de un proyecto con un norte bien definido, una visión de largo plazo, una gran expertise tanto en su producción que en su comercialización.

Un gran terroir, una combinación perfecta entre cepajes, clima y suelos, unas viñas antiguas… finalmente, no puede faltar la pasión de todo el equipo, tanto para producirlo como para mostrarlo al mundo.

 

Una de las jugadas más arriesgadas de Almaviva fue mantener la estampa de Grand Cru siendo que parte de su mezcla no viene de Puente Alto. Estoy hablando del carmenère de Peumo. ¿Estuvo de acuerdo con esta medida?

Almaviva fue creado en 1997 bajo el concepto francés de château, donde los principales recursos -viñedos, bodega, equipos humanos- están dedicados a la producción de un solo y gran vino, pero Almaviva ha sido también creado como un “assemblage” de variedades bordelesas, con predominancia de cabernet sauvignon, como en Pauillac. En Almaviva, el carmenère, con sus taninos suaves y sedosos, su baja acidez y su redondez, viene a suavizar los lados angulosos del cabernet sauvignon, más estructurado y de taninos más firmes. De una cierta manera juega en Almaviva el rol que el merlot tiene en los vinos de Pauillac. Aunque de origen bordelesa, el carmenère aporta una nota más chilena en la mezcla Almaviva, pero podía tener más dificultades para madurar bien en Puente Alto, siendo que lo hace de forma increíble en Peumo, con taninos más elegantes y suaves. Ha sido un gran aporte cualitativo para crecer en pureza, definición y elegancia; era entendible hacerlo, y más que nunca, Almaviva es y sigue siendo un “Grand Cru” de Chile.

 

Si Michel Friou decidiera plantar su propia viña en Chile y hacer el vino de sus sueños, ¿dónde plantaría y qué vino haría?

Me gustaría claramente hacer algo totalmente distinto, como un vino espumante, principalmente de chardonnay, en el sur de Chile, en un lugar todavía inexplorado para viñas, para lograr algo nuevo, distinto. Un desafío difícil, pero mucho más gratificante si resulta exitoso.

 

¿Cuánto ha cambiado Chile desde que llegaste hace poco más de 20 años?, ¿y qué es lo que más valoras más de esta evolución?

Seguramente mucho, como cualquier país en 25 años… me parece que existen hoy dos grupos bien separados, de un lado una industria de vino potente, con mucha tecnología, que produce buenos vinos de entrada de gama tanto en botella como a granel, a partir de viñedos de altos rendimientos y mecanización, y por otro lado un “Chile, País de Vino” que produce con mucha dedicación vinos finos de muy alta calidad, diversos, auténticos, con carácter e identidad, tanto de grandes como pequeños actores, con cada día un mayor reconocimiento internacional.

Estos dos grupos existen desde siempre en los países grandes productores de vino del Viejo Mundo, aunque siempre se habla principalmente de sus grandes denominaciones y “Crus” prestigiosos. Aunque falta mucho para posicionar mejor los vinos finos chilenos, especialmente mejorando la imagen país, la separación de estos dos mundos es una etapa muy importante para poder seguir creciendo en calidad, precio e imagen.

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