Los ojos bien abiertos

Perfil: Julio Donoso Viollier

Autor: Alejandro Jiménez

24 de Agosto de 2020

FOTOGRAFÍA: JUAN QUEIROLO

De fotógrafo famoso crecido en Francia, retratista de Claudia Schiffer y Naomi Campbell, a viñatero de un rincón de Casablanca con su Montsecano, Donoso repasa su aventura improbable, como su vida misma.

¿Cómo nace Montsecano?
La verdad es que al llegar a los 50 tenía ganas de hacer otra cosa, un poco para no vivir del pasado y mantenerme alejado de la fotografía publicitaria que era lo que más me seducía. Curiosamente encontré un lugar bonito en Las Dichas, Casablanca, que no pensé de inmediato en plantar, esa es la verdad.

O sea, ¿como una segunda vivienda?
Teníamos una segunda casa en Algarrobo, pero tú sabes lo que pasa: al principio todos quieren ir y después nadie. Ya sabes lo que se dice: el mayor agrado y placer de la parcela de agrado es cuando logras venderla.

¿Llegaste ahí por los Viollier?
Bueno, sí en parte. Sabes que teníamos un campo en Casablanca donde me crié hasta los 18 años. Tengo mis primos acá. Llegué acá por la familia y por el sol porque estaba siempre nublado en Algarrobo. Siempre quise tener un campo, aunque soy un hombre de ciudad, que le encanta el pavimento y los lugares con mucha bulla. Por eso a veces me despierto a las 3 A.M. y me hago la misma pregunta: ¿que coños hago acá?

¿En qué momento piensas en plantar parras?
Como tres días después que compré el campo en el 2004. Llevé a mis primos, y Fernando (Viollier) me dijo algo sumamente sensato: el lugar es bonito, planta unos árboles, hazte una casita y después trata de venderlo porque no le veo mucho sentido. Le argumenté que podría plantar unas parras y me dijo que el campo estaba muy lejos, que jamás un enólogo iba a ir para allá. Quedé un poco preocupado.

O sea, era para estar arrepentido...
Empecé a llamar a mis amigos a Francia y uno me empezó a dar datos, me entusiasmó él. Yo estaba complicado, quería volver a Francia, tenía una crisis, mi mente estaba más perturbada que de costumbre. Me fui a París, le dije a mi amigo fotógrafo Álvaro Yáñez (socio también de Montsecano) que sabe mucho de vinos campesinos que me organizara unas visitas, y básicamente fui a ver a Frederic Crossard y André Ostertag. No recorrí mucho, vi algo de pinot noir y riesling, tengo eso de la foto del instante, de resolver rápido. Y ya, me decidí por el pinot noir, en menos de una semana. En eso también influyó que con los amigos en mi juventud bebíamos Bourgogne, Loire y Beaujolais.

¿Y ahí trataste de convencer a Ostertag para el proyecto?
Me dijo: tú estás loco. Me dijo que le ofrecían asesorar en muchas partes del mundo y que siempre se negaba, y que yo no sólo le ofrecía ir a un destino tan alejado como Chile sino que más encima tenía que invertir. Traté de convencerlo con Neruda, porque le gusta la poesía. Pero bueno, le quedó dando vuelta la idea.

¿Y Fred Crossard?
Le pedí que me presentara a un huaso. Alguien que supiera mucho para llevármelo a Chile. Y me presentó a un cabro joven, un genio en biodinámica, que trabajó con él, Bertrand Chappie. Lo invité a Chile y fue bien interesante porque hicimos un recorrido junto a los otros socios (Álvaro Yáñez y Javier de la Fuente) por los viñedos de Casablanca. El tipo se quería morir por cómo se hacían los vinos porque es un biodinámico purista. Cuando lo dejamos en el aeropuerto, ese mismo día llegó Ostertag.

Finalmente se convenció de venir...
Fue bien divertido porque nosotros habíamos hecho todo el preámbulo ideológico con Bertrand, que era como una catarsis con un integrista. Cuando llegó Ostertag éramos como de la ultraizquierda del vino. André nos empezó a decir que no todo era poesía sino que también un negocio. Así partió la cosa, sin saber ni para dónde chuteábamos ni por dónde íbamos, pero sí con una idea inspirada en los campesinos franceses.

¿Qué opinó Ostertag?
Tú sabes que André es alsaciano, y los alsacianos no hablan mucho, piensan. Miraba y pensaba. Casi lo maté con unos choritos que le di. Ostertag buscaba signos y encontró en Montsecano un lugar especial, que él llamó “La Montaña Mágica”, en referencia a la novela de Thomas Mann. El hecho de que estuviera cerca, pero tan lejos. Y le gustó el suelo, las piedras, el cuarzo. En el fondo venía a buscarse a sí mismo y creo que se veía como Klaus Kinski en Fitzcarraldo, pero en Las Dichas.

¿Recuerdas lo que ocurrió con el primer vino?
Eso puedo ocurrir solamente el 2008. Porque si ese primer vino lo hubiésemos sacado el 2004, no funciona. Ninguno de ustedes iba a decir: “aquí hay algo”. El 2008 es el momento en que varios enólogos quieren juntarse, experimentar, hacer algo para no estar sometidos siempre a la industria. Otros empiezan a decir que tal vez se les pasó la mano con la madurez o la madera, con todo el bosque nativo metido adentro. Las ideas cuajan cuando están en un momento histórico y eso fue lo fascinante de haber tenido la suerte de meternos en un Vía Láctea donde muchos iban para allá; tomamos la buena ola y solos no hubiésemos llegado. El milagro hizo que Montsecano haya podido seguir existiendo.

¿Cuáles han sido los grandes desafío de Montsecano?
Si hicieras la pregunta al revés, sería más fácil. Por ejemplo, ¿algo les ha resultado fácil y bien? Si lo llevamos a la fotografía me gusta más la imperfecta y difícil que otros estilos. Cartier-Bresson decía algo así como que siempre hay que estar disponible y con los ojos bien abiertos porque algo va a pasar. Así nos paramos en la colina de Montsecano con los ojos bien abiertos para tratar de entender con humildad.

Entonces, ¿cómo es la foto después de todos estos años?
La foto es así: en blanco y negro, tiene un sentido y una historia, capta un momento, tiene una trascendencia. Al mismo tiempo lo que la foto revela es algo simple, no es algo pretencioso. Ni la etiqueta, ni el precio. Hay un gran componente de humildad y es por eso que hemos hecho amigos, desde Marcel Lapierre hasta Dominique Derain. No es nada más que eso: una foto de nuestra realidad, de nuestro propio reportaje.

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