Perfil del mes: Cecilia Torres "La única"

Autor: Ana María Barahona

10 de Agosto de 2017

Comenzó a trabajar a Viña Santa Rita en 1980, cuando se llegaba por camino de tierra y las inundaciones terminaban en evacuaciones. Cuando su jefe era el rigor: el enólogo Ignacio Recabarren. Ahí inició su viaje, su aprendizaje, su pasión por el vino que ni la deja ni ella ha dejado, pese a los costos personales de un trabajo de muchos fines de semana y de largos viajes. Y es la madre de Casa Real, un hijo que ya vuela libre, tras su retiro de Santa Rita.

TEXTOS ANA MARÍA BARAHONA Y ALEJANDRO JIMÉNEZ.
FOTOGRAFÍA SEBASTIAN UTRERAS L. / PRODUCCIÓN CLAUDIA MALUENDA G.

En los últimos años, Santa Rita venía insinuando que quería hacer cambios...
Nosotros los enólogos somos los últimos en saber, pero puedo
afirmar que yo hace un par de años quería salir.

¿Por qué?
Por un asunto súper personal. Siempre que uno trabaja en una compañía privada, uno tiene que ser lo suficientemente claro para darse cuenta en qué momento dar un paso al lado. Mientras estás haciendo cosas no te sucede, pero cuando comienzas a cuestionarte que no se le está dando el foco al vino, no hay márketing, no hay plata... son señales.

¿Y eso te pasó a ti?
Sí, bueno, eso pasó hace un par de años y además coincidió con el término de un proyecto muy bonito que fue el libro de Casa Real, que yo diría que fue mi último sueño cumplido. Y, entonces, ¿qué más? Si yo ya había hecho todo en Santa Rita, muy contenta. En suma, se cierra el círculo. Y para eso hay que prepararse de forma constructiva y positiva. No fue ningún drama.

¿Y uno mira para afuera?
Uno se pregunta si hay cosas nuevas que hacer afuera. También quiero vivir la vida cuando todavía tengo salud, tengo energía.

¿Darse cuenta que el trabajo no es de uno, ni los vinos?
De eso hay que darse cuenta desde el minuto 1. Uno es un pasaje. Al principio uno lo ve muy lejos hasta que llega. Es como los hijos: hay que prepararse para cuando se vayan. Son cosas de la vida que se superan con armonía y con tener las cosas claras.


¿Pero tiene que haberte dado pena dejar Santa Rita después de 36 años?
Por supuesto que sí, es obvio, pero yo siento que fue un proyecto que se creó y se fue. Y se lanza, se regala. Hay algo de madurez en eso también. Las cosas no son para quedárselas uno. Hay que crear y soltar.

A propósito de madurez, ¿crees que Santa Rita es una compañía madura?
No sé, yo diría que la industria vive un proceso de seguir modas, no hemos sabido potenciar Chile, y en eso lo hemos hecho mal todos. Somos todos seguidores de modas exitosas desde el punto de vista comercial.

Esta decisión de cambiar de enóloga fue inusual porque también afectó a Andrés Ilabaca, enólogo señero de Santa Rita...
Eso fue algo que yo nunca me esperé. En mi caso era claro, llevaba mucho años, casi me sentía de “yapa” en la viña, como un regalo, pero en el caso de Andrés no lo esperaba y me pareció rarísimo...


¿Si Ricardo Claro estuviera vivo hubiera pasado algo así?
No lo vamos a saber nunca. Estas decisiones son del comité de gerentes de turno. Son equipos jóvenes, encantadores, pero cuánto saben de vinos, cuánta pasión tienen es algo que no sé. Las viñas exitosas tienen equipos que se mantienen y que meten las manos en la masa; las compañías que tienen gerencias que rotan lo tienen más difícil para lograr ese éxito.

¿Por qué te sorprendió tanto lo de Andrés?
Porque él no estaba en edad de jubilar ni mucho menos.

¿Y porque era tu heredero natural?
Me lo imaginaba y siempre creí en eso. Fue curioso y nunca pregunté por qué. Ahora, creo que hay darle la pasada a los cabros, pero no sé. Estimo mucho a Sebastián Labbé, pero no sé para dónde quieren ir desde el punto de vista enológico. Tampoco tengo nada que opinar al respecto.

¿Y tu salida fue lo que esperabas?
Sí, como una princesa. Siempre me he sentido muy querida en la viña, en su estilo por supuesto. Fue como me pasó con mi hijo hace unos años: le pedí perdón por haber trabajado tanto en la viña y tal vez no ocuparme tanto de él, entonces me dijo que no tenía que disculparme porque como no tenía otra mamá no tenía ningún punto de comparación. A mi me pasa lo mismo con la viña. Fui muy feliz con lo que hacía.

Si hoy día tuvieras todo el dinero para hacer un vino, ¿qué harías?
Tengo una deformación por el cabernet sauvignon porque Chile tiene potencial y es una variedad universal. No es lo mismo un carignan o un syrah con lo que me puede gustar. Me iría al Alto Maipo o al Alto Cachapoal, pero no a Colchagua con un cabernet, necesito algo más armónico, más empático como me gusta decir.

¿Y cuáles son los planes para Cecilia?
Estoy en un recreo y dura todo este año. No me imagino nada para el futuro. Estoy puro pasándolo bien, como cabra chica. Todo me hace sentido, desde que me despierto en la mañana hasta que me acuesto. Estoy mucho más conectada con todo.

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